30 de mayo de 2019

Maldita sea


Cerati
Me ha dicho ella que
os habéis liado!     7:43

¡Bum! No hay vuelta atrás. Espero reacciones; las de él, las de ella.
Iskar, en vez de responderme, envía una ráfaga de mensajes a Tensi. Lo sé porque su teléfono no para de vibrar, pero se abstiene en cogerlo.
─Es tu primo, respóndele ─le digo, pero la vaca no sale de su letargo y sigue mirando trenes invisibles─. Vale, ya respondo yo.
Hago un segundo intento por coger el móvil. Esta vez logro alcanzarlo pero no puedo desbloquearlo. Ha cambiado la contraseña. ¡Joder!
Tensi abandona su estado vacuno y trata de recuperar el teléfono. Se lanza como loca contra mí. Recibo tímidos puñetazos y algún arañazo, pero mi camiseta de El Último Ke Zierre se lleva la peor parte: la rompe por el cuello. Busco una vía de escape para evitar que me saque un ojo, o los dos. Aunque el daño ya está hecho. Ha roto una prenda que lleva impregnada multitud de anécdotas, conciertos y mucha fiesta encima. Que me engañe con un pobre diablo lo puedo superar, pero que la haya tomado con mi camiseta es imperdonable.
Tensi y yo salimos del coche. Camino hacia atrás con el brazo derecho en alto, evitando que me quite su móvil. No sé porqué no se lo devuelvo, ni siquiera puedo desbloquearlo. Ella insiste en tirar de mi hombro, hasta que giro con fuerza y su cuerpo va a dar al suelo. Tarda en ponerse de pie. Se siente humillada. No me alegra verla así, pero mantengo la distancia. La escena es surrealista. Todo ha sucedido tan rápido que no sé cómo y ni en qué momento hemos llegado a esta situación. Después de unos segundos se incorpora. Desiste en recuperar su teléfono y va directa hacia el coche, mientras me dedica un repertorio de ofensas. La sigo. Le pido que no se marche. No está en condiciones para conducir, al menos no así de alterada. Sólo deseo apartarla de mi vida, no que tenga un accidente.
Le devuelvo el teléfono, y lo acepta, pero sólo para lanzarlo contra mí. Lo recojo y entro al vehículo mientras ella intenta marchar.
─¡Sal del coche! ¡Voy a ir a la policía! ─En cualquier momento expulsará fuego por los ojos, por la boca, o por cualquier otro agujero que tenga disponible.
─¡Que te calmes, joder! ¡Así no puedes conducir! ─le digo.
Al lugar llegan dos patrullas con un par de agentes dentro de cada una. Tensi los ve y sale en su búsqueda mientras rompe en llanto. Yo también salgo.
Todo lo que ha sucedido hasta ahora me parece desmesurado, pero tener a cuatro policías dispuestos a apalearme -sin dar el beneficio de la duda- es elevar el drama a la máxima potencia. Ante sus ojos, el tipo de cresta y con la camiseta rota es un macarra maltratador. Mientras que la chica guapa e indefensa es una nueva víctima de la violencia machista.
El altercado ha invitado a los vecinos a posarse sobre sus ventanas. Los transeúntes ralentizan su ritmo al pasar. Alguien me saluda a lo lejos y hace gestos queriendo saber qué sucede. «Eso mismo intento saber yo», pienso, pero no lo digo. Niego con mi cabeza, indicando que todo está bien. Que no hay por qué preocuparse. ¡Y una mierda!
Llegados a este punto lo mejor es controlar mis gestos y medir mis palabras. Impedir que todo este lío vaya a más. Pero la actuación de Tensi me hace pensar que todo empeorará. ¡Que le den un Oscar ya, por favor!
Un agente me pregunta por lo ocurrido. Le comento lo del móvil, la discusión y la caída al suelo. Me dice que haberle quitado el teléfono ha estado mal. Un madero dándome lecciones de cómo actuar. Manda cojones. Frente a mí, la única mujer de los cuatro policías realiza una llamada, luego intenta calmar a Tensi. A los pocos minutos entra en escena una ambulancia. ¿La princesa necesita ser socorrida? Parece que de repente sufre de agorafobia, vértigo y trastorno de ansiedad al mismo tiempo. ¡Farsante!
Mientras tanto, un coche aparca cerca del portal del edificio donde vivo. De su interior sale una señora que se dirige hacia nosotros con prisa, desesperada. Es Hermenegilda, la madre de Tensi. Se produce un bonito reencuentro familiar en un marco inmejorable. Intercambian algunas palabras. Hermenegilda me observa, me insulta y viene hacia mí, pero dos de los agentes le bloquean el paso.
─¿Qué coño te ha dicho? ─le pregunto a la madre.
─¡Que le has pegado! ¡Esto lo pagarás, hijo de puta!
─¿Qué yo qué? ¡Estáis locas!
Dos patrullas de la policía, una ambulancia, mi pareja diciendo que la he maltratado, una señora loca amenazándome y mi camiseta del El Último Ke Zierre rota. No entiendo nada. Si se trata de una broma, hace rato que ha dejado de hacerme gracia.
Mi cuerpo se debilita y me empiezo a marear. La vista se me nubla y los sonidos los escucho cada vez más lejanos. Siento que voy a desplomarme, justo en el momento en que alguien me agarra del brazo. Es la agente.
─¿Se encuentra bien? Tiene que firmar este papel ─me dice.
─¿Qué es?
─Una citación judicial para el próximo lunes. Se le acusa de malos tratos.
─¿Malos tratos? Pero si yo… ─se me dificulta articular palabras.
─Firme, por favor ─me ordena la policía.
La observo a ella y me asusto. Sus ojos son negros y sus manos parecen garras. ¡Es un puto demonio! Junto a mi se empieza a formar un agujero sobre el asfalto. Me llevo las manos a la cara. Froto mis ojos. Al volver a mirar, el agujero y la forma diabólica de la agente han desaparecido. No hago más preguntas. Dejo un garabato como firma, me dan una copia de la citación y huyo a casa.

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